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Recibo una llamada telefónica de la Galería Dr.Erdel Verlag de Regensburg, ofreciéndome la posibilidad de exponer. Wolf me dice que la muestra se celebraría en Junio dentro de la semana española en esa ciudad.
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En las semanas siguientes descubro tres coincidencias: que 2009 es el año internacional de la Astronomía, que en Regensburg está enterrado Kepler y que entre mis libros está el facsímil de la “Introducción a la Astronomía” del gallego Ramón Mª Aller.
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Por estos dos astrónomos pienso en un título: “Elipses y eclipses” pero compruebo que esta simpática eufonía (o cacofonía) no existe en alemán. Da igual, ya buscaré otro título-motor. De todas formas confirmo que R.Mª Aller se vale de la segunda ley de Kepler en su capítulo VII para tratar de la gravitación newtoniana.
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Empiezo a imaginar lámparas portátiles y giratorias, y también si los enchufes eléctricos de Ratisbona fueran iguales que los españoles. Pienso también en las dos series que comencé hace algunos años sobre este asunto: “eclipses portátiles”, y “sombras enrollables”, y al recordarlo me doy cuenta que la experiencia del europeo nómada de la exposición del año pasado sigue presente.
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Investigo en la web de la Nasa los eclipses previstos para este 2009 y descubro que hay seis, cuatro de luna: feb-9, jul-7, ago-6, dic-31; y dos de sol: ene-26, jul-22. Ninguno coincide con la fecha de la exposición y ninguno se percibe correctamente desde Galicia ni desde Regensburg, Los dos del mes de julio se percibirán desde el Pacífico central. Leo algún trabajo sobre Kepler y copio sus ideas sobre el sol: lo considera una fuerza motora, un “alma motriz”.
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Repasando la aventura de Copérnico y el “Eppur si muove” de Galileo, comprendo que la elipse orbital es el signo de la gran rebeldía intelectual contra la circularidad platónica, y comienzo a pensar en grandes elipses dibujadas en la pared. La pared de la galería de Wolf Erdel además está orientada al este, y la casa de Kepler al oeste de la galería.
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Comienzo a buscar una esfera de acero bien pesada y papel de calco para probar si la esfera circulando por el suelo sobre el papel-carbón pudiera ir dibujando gracias a su peso alguna especie de elipse o curvas aleatorias sobre un gran papel que cubriría el suelo.
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Empiezo a construir un telescopio y a probar una serie de lentes y filtros de colores para cámaras fotográficas. Con el filtro rojo realizo una serie de dibujos en azul, negro, amarillo y rojo para comprobar que el color rojo desaparece al mirarlos a través de la lente del mismo color.
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Encuentro en mi almacén un visor de 45º provisto de un aumento opcional. Descubro que mirando de frente con este visor puedo ver lo que hay en el techo. Decido colocar alguna pintura en el techo de la galería, pero debería ser muy ligera.
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Descubro que hace dos años había empezado a pintar sobre una mesa de madera circular de 90 cm de diámetro un mapa completamente blanco. Un fino dibujo de grises, ocres y blancos siguiendo los contornos de las tenues manchas que ya tenía la mesa. Era una especie de casquete polar con archipiélagos, costas y penínsulas con una pista de aterrizaje en el centro; los nombres de las ciudades eran pequeñas frases recortadas de papel de periódico. De repente esta antigua pintura circular cobra un sentido nuevo.
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Sigo ensamblando piezas en equilibrio para el telescopio. Cuando ya está casi construido leo con alegría que Galileo en Venecia había fabricado artesanalmente un telescopio utilizando el sistema holandés de dos lentes. Compruebo que el año internacional de la astronomía es 2009 precisamente por cumplirse 400 años de este telescopio veneciano.
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Me esfuerzo en centrar el argumento de la exposición sobre el tema de los eclipses pero no encuentro el protagonista hasta que descubro los dibujos de la luna hechos por Galileo. Decido que el visor de 45º será para ver la luna adherida al techo de la galería. Construyo un soporte regulable para el visor y otro para regular la altura de las lunas, dado que todo ha de ser portátil y fácilmente transportable en cajas hasta Regensburg.
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Decido continuar la pintura del mapa blanco del casquete polar sobre la mesa de madera. Arreglo la tapa de la mesa para convertirla en una pintura redonda que pueda colgarse como un cuadro. Trabajo sobre el caballete para ir transformando el mapa circular plano en la representación de una gran esfera de cristal dentro de la cual se transparenta el mapa. Aplico brillos, y reflejos, introduzco colores pardos y verdosos…La pintura se va alejando de lo que busco y se escapa.
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Se celebra una fiesta en casa y unos amigos traen un gran dulce de forma redonda. Al día siguiente se acaba el dulce y queda al descubierto su bandeja circular, una blanca, e impecable luna llena…¡de cartón!. Inmediatamente pinto esa bandeja simulando una luna, un satélite, una esfera suspendida en el espacio… A la mañana siguiente me acerco a la panadería y Damián que trae el pan todos los días a casa, me proporciona una colección de bandejas circulares.
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Repaso los escritos de Kepler y su herencia pitagórica de la “música de las esferas”, y cómo él significa el paso de la astrología a la astronomía. Dispongo todos esos discos blancos sobre una gran mesa en el taller y estudio qué relaciones tienen entre sí las esferas. Compro algunas esferitas de plástico y comienzo a proyectar sombras de unas sobre otras.
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Comienzo una serie de pinturas sobre esos soportes circulares. Durante muchos días seguidos voy creando colecciones de esas esferas simuladas con diferentes colores, texturas, sensaciones volumétricas. Consulto fotografías de los viajes espaciales, reviso los cráteres de la Luna y descubro que uno de ellos tiene el nombre de Ramón Mª Aller.
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Consigo más bandejas circulares de distintos diámetros y el taller se va poblando de una multitud de planetas, satélites o lunas. Pienso si se trata de planetas, y prefiero que se trate de lunas. Por la tarde leo el cap. IV del Tratado de historia de las religiones de Mircea Eliade, que estudia “La luna y la mística lunar”. Consulto las fotografías de la luna de mitad del XIX y la forma de representar los eclipses: todo me parece haberlo visto cuando era niño. Fotocopio en color una página que detalla los lanzamientos de satálites artificiales y la velociad de sus órbitas.
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Me preocupa comprobar que las órbitas eclípticas de Kepler no están apareciendo y que el mapa blanco del casquete polar convertido en esfera transparente haya sido un fracaso. Vuelvo a estudiar la segunda ley de Kepler sobre la velocidad del planeta en la órbita y me encuentro con una ilustración de la maqueta escultórica del sistema solar de Kepler. Encuentro gran similitud con la construcción giratoria que estaba haciendo con las esferitas blancas y la bombilla eléctrica. Compruebo que si el foco de luz permanece fuera del sistema giratorio no será completamente copernicano, porque en mi maqueta el sol está quieto pero todo gira fuera de su centro: habrá que ponerle un título como este “maqueta precopernicana sobre un dibujo de Kepler”… Ya veremos. Descubro una relación de esta construcción con otra que expuse en la Picker Fellow Gallery de Kingston en Londres el 99, y que consistía en un tinglado de lupas y una media elipse numerada y que tenía por título “máquina para dibujar nubes”.
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Continúo haciendo pruebas con la lente roja y compruebo que los colores rojos y amarillos de las banderas española y alemana desaparecen y sólo se percibe el negro. Pinto una cuadricula repitiendo muchas veces las dos banderas pensando que habría un momento en que cada franja de color podría parecer un píxel. Al cabo de los días voy descubriendo que la lente roja es en realidad una lente “despixelizadora” que sólo detecta las franjas negras y que con esas franjas se podría escribir alguna palabra… Podría llamarse “lente hispanoalemana despixelizadora”
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Wolf desde Regensburg me pide por correo electrónico que le transmita el título de la exposición y un breve texto de presentación. Sólo tengo el visor de lunas que ya va avanzando en su construcción, el telescopio que no tiene una función muy definida, y una colección de pinturas circulares que parecen lunas, que podrían ser retratos de lunas. Pienso en un título y llego a definirlo así: “Las lunas que he visto y las que quiero ver”. Lo comento con unos amigos y no les emociona lo más mínimo.
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Mi hijo ha cocinado para la cena unas tortitas mexicanas de maíz, y ha dejado apartada una de ellas porque se ha quemado. Descubro emocionado que la torta de maiz quemada es la imagen real más parecida que he visto del sol y sus manchas. Me doy cuenta en los días siguientes de la relación del sol con el fuego, con la comida y con el globo ocular y con la forma del calendario solar azteca. En el ordenador trabajo en una secuencia de tres imágenes muy parecidas de color anaranjado: la tortita mexicana, el sol con sus manchas, la retina del ojo humano. Empiezo a revisar una colección de macrofotografías de los granos de polen, que presentan también estructuras esféricas sorprendentes.
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Llevo la tortita quemada al taller y resulta que el simulacro de telescopio que estoy fabricando enfoca exactamente el tamaño de la tortita mexicana, y preparo un soporte desmontable para poder suspender, al menos aparentemente, ese sol en el aire y poder verlo el día del vernissage a la distancia oportuna.
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La experiencia culinaria me ayuda a utilizar el plato de la tortita como una utilísima plantilla para recortar en círculo nuevas lunas, de manera que sobre la mesa del taller empiezan a convivir varios estratos de significación de una manera exageradamente objetual: la tortita comestible, las manchas solares, el recuerdo del fuego, el plato, las herramientas de corte, las lunas iluminadas por la pintura y el sorprendente efecto multiplicador de unos círculos sobre otros.
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Sin comprender bien cómo la presencia del sol y el enfoque del telescopio pueden ayudar a ver mejor el resto del trabajo que se había estado realizando hasta el momento, surge poco a poco el título de la exposición. El juego de las esferas sobre fondos negros y sobre fondos de colores, van componiendo una especie de estructura compleja que resumo con la palabra “emoción”. Escribo un mensaje electrónico a Wolf diciéndole que la exposición se llamará “400 lunas emocionadas”. Me responde diciendo que es un muy buen título. Esa noche duermo tranquilo.
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Una especie de fiebre pictórica me empuja a pintar más y más lunas, porque hay una voz escondida que me recuerda una y otra vez que son 400. Pero poco a poco percibo que sólo hay una, y que la que Galileo dibujó, la que Kepler vió y la que esta noche estoy viendo, son la misma. Que la luna del siglo XVII es la misma que la del XXI. Pero ocurre algo terrible en el proceso de creación de lunas, en la repetición de un gesto pictórico que es muy diferente cada vez… Me percibo como un falsificador. Y en algún momento también un poco como un profanador de una visión que ha de ser única e irrepetible. No se pueden pintar lunas todos los días; se requiere una visión afectiva especializada…Difícil equilibrio entre lo uno y lo múltiple. Afortunadamente esa noche llena de estrellas me reconcilió con lo múltiple simultáneo. Otra vez la “música de las esferas”. Y también me anima el reportaje de televisión sobre David Cerny el artista checo que recupera el ejercicio de la sátira en el mural que crea para la sede europea en Bruselas poniéndolo todo patas arriba de una vez.
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Me dicen que este verano el 27 de agosto a las 12.30 de la noche habrá “dos lunas”. Intento imaginarlas blanquecinas. Parece que Marte estará sólo a 55 millones de km y se verá como una luna llena y que hasta el año 2.287 no se repetirá esto mismo. Llamo “dos lunas” a una de las composiciones de la serie Kepler. Descubro que en el hueco de una escultura ha anidado una familia de pájaros y que la madre ha estado incubando a mi lado observando mis idas y venidas.
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Completo la serie Kepler, una colección indeterminada de composiciones de diferentes tamaños de satélites, y llegado un punto decido que el número de composiciones, es suficiente. Las cuento y son 28. Consulto el período del mes lunar y está fijado en aproximadamente 29,8 días; parece que existe cierta coincidencia. Compongo de diferentes maneras algunas de las piezas de esta serie y veo que se asemeja a un modelo compositivo musical. El sistema modular de rectángulos favorece la yuxtaposición espacial inmediata y voy comprobando que la aleatoriedad compositiva del conjunto conserva la armonía de cada pieza singular. También experimento el sistema de crecimiento y de propagación al poner las piezas sobre la mesa; es muy sorpresivo y rápido. Algo pasa que siempre funciona, hacen bien unas con otras, como en cadenas de significados, como si fueran frases que se escriben solas. Con esta manera de discurrir, voy recordando otra vez la metáfora pitagórica de la música de las esferas, y cómo lo cuenta Aristóteles.
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Intermitentemente vigilo el estado de la tortita de maíz, que está envuelta en una servilleta de tela, prensada bajo una pila de libros para que se mantenga plana. Compruebo que está siendo prensada entre el catálogo de dibujos de Leonardo y uno de pastas duras de la última exposición de Nati Bermejo titulada “Big Bang”. También voy entendiendo que la relación sol-comida-calendario-telescopio-retina, que se sintetiza simbólicamente en la tortita de maíz, sólo podrá ser real y verdadera si continúa el acuerdo mexicano de no ceder ante la presión de Monsanto de invadir toda Amérca del Norte de plantas transgénicas.
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Solicito dar de alta la exposición como actividad del AIA-IYA2009, y me la registran con el número AIA-001630. Wolf hace lo mismo desde Regensburg en el nodo alemán.
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Hace una semana la tripulación del Atlantis estuvo renovando el telescopio Hubble para que funcione hasta el 2013. Hoy cuando preparo el embalaje de todas las obras, han salido del huevo los cuatro polluelos en el nido de la escultura, y a la vez Corea del Norte ha realizado ensayos balísticos nucleares. Muchas cosas están ocurriendo en el aire, lentes de observación, pequeñas vidas frágiles que revolotean y misiles intercontinentales. Mientras tanto las lunas siguen flotando silenciosas, también las de Júpiter que descubrió Galileo.
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Cuando está acabada la colección para la Galerie Erdel.Verlag, busco una imagen del anteojo ocular divergente de aquel profesor de matemáticas italiano para ver la luna y me doy cuenta de que Galileo en realidad construía algo muy parecido a un instrumento musical de viento, como el de los faunos del bosque. Aunque heliocéntrica él seguía practicando la “música de las esferas” pitagórica. Por la radio, mientras acabo de preparar las cajas, retransmiten una obra basada en “La historia cómica de Cyrano de Bergerac sobre los estados e imperios dela luna”. Parece que todo encaja.
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Antes de cerrar las cajas decido completar el envío con dos cuadros que tengo en el estudio. Uno de 1988 que siempre le había llamado “el catalejo de Arquímedes” pero que ahora encuentra su título definitivo: “Galileo probando su telescopio a orillas del Adriático”. El otro cuadro es de 2005, más pequeño, también irá a la exposición: “Newton comprobando la gravitación universal, vigilado por el espíritu de Cyrano de Bergerac”. Ahora ya está completa la colección.